Monumento al Perro Callejero: eternidad para los Pelusos

*¿Un Monumento al Perro Callejero? Sí. ¿Los monumentos no son solo para Morelos, Hidalgo, Zapata? ¿Qué hizo ese perro para que la deslumbrante artista plástica Girasol Botello creara un bronce al vacío? Sobrevivir al ser humano

Aníbal Santiago

Peluso observa hacia abajo, parece decaído. Como buen perro callejero, dirige su mirada al suelo. Pero no es porque con esa mirada apenada lamente su suerte, sino porque solo así, con la nariz apuntando al pavimento, olfateando la calle, se aferra a la vida: un cacho de bolillo duro, la sobra de un taco de buche, el agua aceitosa de un charco que lo hidratará. Y atención, otra señal de vida: Peluso camina. Avanza subiendo una patita trasera -muestra su huella perfecta- pues perro desamparado que no camina perdió, ahora sí, toda esperanza.

El Monumento al Perro Callejero está donde tiene que estar. No en un arbolado y fragante bulevar de Las Lomas; no en un callejón gourmet de la colonia Roma donde pasean perros sanos, felices, bien nutridos, de pelaje brillante y con correa. El monumento se alza en Insurgentes Sur, en la ruidosa curva en que Tlalpan deja de ser joya colonial y se convierte en todo lo que no debería ser: un espacio gris que egoísta solo presta su espacio a taxis, trailers, motos, coches y coches, un estrago vehicular más de la Ciudad de México.

¿Un Monumento al Perro Callejero? Sí. ¿Los monumentos no son solo para Morelos, Hidalgo, Zapata? ¿Qué hizo ese perro para que la deslumbrante artista plástica Girasol Botello creara un bronce al vacío? Sobrevivir al ser humano: a su inmemorial maltrato, al desprecio, a la indiferencia. Y claro, al abandono a su suerte y el desdén por su natalidad sin control.

Cualquier perro callejero de los 16 millones que vagan en ciudades y pueblos mexicanos han superado al hombre, consiguieron existir a pesar nuestro. La hazaña -ser más fuerte que todos los males que engendramos y que tornan sus vidas miserables- merecía un homenaje. Por eso en 2008, la fundadora del refugio Milagros Caninos, Patricia Ruiz, ideó el metálico recordatorio de que la especie humana crea el tormentoso fenómeno de los perros callejeros que en el planeta suman 300 millones. Y no quiso que la estatua fuera un perro genérico, imaginario. El muchacho flaco frente al Deportivo Vivanco es Peluso, un perro salvado por su organismo que murió cinco días antes que la escultura se develara. Peluso, un can de 15 años de edad con insuficiencia renal, males en el hígado y la piel, no alcanzó a verse convertido en bronce. Las implacables secuelas de la calle lo elevaron al cielo de los perros -lleno de ladridos y abundante en deliciosos banquetes de croquetas- cuando su estatua recibía los últimos toques.

En tres semanas, el 20 de julio, son ya 15 años de la instalación del perrito. La placa que lo acompañaba con un verso dedicado a Peluso, fue arrancada por algún malandrín chilango y en el rectángulo de cemento que la soportaba ya solo queda el grafiti de unas ásperas letras negras.

Alrededor de sus patas hay agaves, además florecitas blancas que también hacen su lucha por vencer al aire hostil que fluye por la avenida donde descienden los camiones que irrumpen en la capital desde el sur del país. Y, desde luego, hay basura: me tocó ver una anforita de Bacardí Blanco de 200 mililitros. Ojalá no provenga de algún violento que una noche, tambaleándose, extrajo con su boca hasta la última gota para después exclamar: “esto ya se acabó, se la voy a aventar al perro, cómo chingaos no”. Al contrario, esperemos que proceda de alguna alma en pena que agobiada por la vida decidió echarse su bacacho al lado de Peluso, consciente de que los perros son capaces de entregarse hasta a un borracho melancólico, perdido y triste si es que esa piltrafa humana anda necesitada de amor.

La botellita vacía con la etiqueta del murciélago aclara: “ron superior”. A su lado, Peluso. No, no solo la estatua, sino las cenizas que hace 15 años fueron colocadas bajo la estructura a la que se aferran sus garras de bronce. Ahí dentro, en la oscuridad, protegido de las inclemencias de la calle, duerme el polvo de aquel perro callejero e inmortal.

 

 

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